Ha llegado a ser una historia común: una congregación que envejece se enfrenta al reto de hacer crecer una declinante feligresía, a reinventar la misión, a acercarse a su entorno y aceptar la diversidad y el cambio, a adoptar nuevos modelos de ministerio para sobrevivir.
Añádale a la mezcla el ingrediente de "herencia nipoamericana" y el cuadro se torna más complejo, el futuro no es necesariamente diáfano y la cuestión de la identidad se hace más intensa y a veces dolorosa, dicen algunos miembros de la iglesia de San Pedro (St Peter’s) en Seattle; de Santa María (St. Mary’s) en Los Ángeles, y de la iglesia de Cristo Sei Ko Kai (Christ Church) en San Francisco —tres de esas congregaciones en transición.
Cuando San Pedro adoptó un modelo de ministerio multicultural hace unos años, la decisión fue "tremenda" y una de las más dolorosas que la congregación jamás hubiera hecho, según cuenta el Rdo. Jim Thibodeaux.
Él compara la experiencia a "estar en un ablandador de carne. Ya sabes, coges un pedazo de pollo, lo pones en una bolsa y lo martillas hasta aplanarlo", dijo Thibodeaux, que lleva tres años de rector. La decisión de cambiar los paradigmas ocurrió antes de que él llegara y "se hizo con la cabeza y con el corazón, pero, como con todas las decisiones, al corazón le toma más tiempo cambiar", añadió.
El cambio es difícil para cualquier congregación, pero "cuando uno está identificado como la congregación étnica nipoamericana de la diócesis, lleva mucho tiempo aceptar que ya no eres la iglesia que representa una herencia [cultural]", dijo Jay Shoji, el tesorero, cuyo abuelo fue el primer vicario nipoamericano de la congregación fundada en 1908.
Él recuerda la época en que "si te mudabas a Seattle y eras de ascendencia japonesa, te instaban o te decían de cierta manera que San Pedro era la iglesia donde debías asistir.
"No era sólo que nosotros nos consideráramos la iglesia del patrimonio, era que la diócesis también nos lo decía. La expectativa era de ambas partes", añadió Shoji, de 47 años e ingeniero de la Boeing, durante una reciente entrevista desde su oficina. "Y cuando tu historia esta ligada a eso, puedes decir que ya no formas parte, pero es difícil asumirlo".
Hay que considerar también en esa historia la experiencia de los campos de relocalización durante la segunda guerra mundial, "la última segregación forzosa que es aún una parte fundamental de lo que es San Pedro", dijo Thibodeaux.
Después de los campos, los miembros regresaron "a la última integración forzosa", porque sus casas y sus negocios habían sido tomados por otros y "San Pedro había dejado de ser una iglesia de barrio", agregó.
"Se convirtió más bien en una parroquia de destino e incluso en una parroquia culturalmente más fuerte en el sentido de ser uno de los últimos vestigios de que esa comunidad se mantenía unida luego de la integración forzosa.
En la actualidad, según Thibodeaux, la inmigración japonesa ha disminuido si se le compara con otros grupos. Los emigrantes chinos, vietnamitas, coreanos birmanos (de Myanmar), etíopes y eritreos, junto con afroamericanos, constituyen aproximadamente un tercio de los miembros de la congregación. Los nipoamericanos y los caucásicos componen, cada uno, un 35 por ciento de la congregación, que tiene una asistencia promedio de 50 personas.
El cambio significó para San Pedro "un gran conflicto y varios clérigos, algunos que se adecuaban bien y algunos no", añadió Thibodeaux. "A la diócesis le tocó aprender a ser un poquito más sensible y a la iglesia aprender a ser un poco menos aislacionista, lo cual, desde luego, ocurre en la mayoría de las congregaciones étnicas: una sensación de estar por tu cuenta y de no ser comprendido cuando no irradias la cultura dominante.
"Ahora", apuntó Thibodeaux, "la comunidad dice: ¿qué significa ser una iglesia nipoamericana?
Santa María, Los Ángeles: lista para el cambio
La mayoría de los domingos por la mañana, hasta que era de aproximadamente ocho años, Gayle Kawahara —al igual que había hecho su padre antes que ella— caminaba las pocas cuadras que mediaban entre su casa y Santa María, su iglesia de barrio e históricamente la congregación nipoamericana de la Diócesis Episcopal de Los Ángeles.
"Mi padre se crió en ese barrio. El barrio comenzó a cambiar cuando yo tenía alrededor de ocho años, cuando empezaron a mudarse más inmigrantes mexicanos y coreanos" recordaba Kawahara durante una reciente entrevista telefónica. La familia se mudo a los suburbios, pero siguió recorriendo semanalmente la distancia de 48 kilómetros [para asistir a la iglesia], una tradición que aún mantiene Kawahara, de 45 años y dentista de segunda generación, que es miembro de la junta parroquial.
Y el barrió siguió cambiando. Aunque se le conoce localmente por Koreatown, aproximadamente el 61 por ciento de sus residentes son recién llegados de Centro y Sudamérica, un perfil demográfico inversamente proporcional al 68 por ciento de nipoamericanos que constituye la congregación de Santa María.
Eso coloca a la iglesia de 104 años "en una interesante encrucijada", aunque Santa María parece decidida, al igual que San Pedro, a retornar a su misión original: llegar a los inmigrantes, dijo Glenn Nishibayashi, de 54 años y miembro de tercera generación, que antes fuera guardián mayor.
Hace unos pocos años, la iglesia añadió un oficio en español y, periódicamente, las dos congregaciones adoran juntas. La parroquia contrató hace poco a su primer rector bilingüe (español-inglés) y el Rdo. Floyd Baters Gamarra, sacerdote auxiliar que dirige el oficio en español, dijo que hay señales de una integración gradual de las dos congregaciones. Sin embargo, en tanto el liderazgo del reciente comité de búsqueda de un rector incluía una representación de la congregación de habla hispana, la junta parroquial todavía no la tiene. "Pero eso va a ocurrir pronto", afirmó Gamarra.
"Diferentes personas tienen diferentes puntos de vista de lo que podría ser nuestro futuro", agregó Nishibayashi, cuya familia de muchas formas refleja la historia de la iglesia. Sus abuelos fueron issei, es decir, primera generación, que se incorporaron como inmigrantes; sus padres nisei (segunda generación) se casaron allí; él y sus tres hermanos se bautizaron y se casaron en la iglesia.
En la medida en que su propia generación sansei se fue incorporando a la sociedad en general y se mudó lejos, menos venían al oficio dominical, dando lugar a un descenso en la feligresía, tanto de la generación sansei como de sus hijos, la yonsei o generación X, dijo Nishibayashi, quien hace un viaje de media hora para asistir a la iglesia. "A mi hermana le toma una hora. En los fines de semana congestionados es difícil disponer de ese tiempo cuando uno tiene una familia", agregó. "Cuando tienes que conducir tanto se convierte en la empresa de un día entero".
También resultó dura la reciente decisión de su hijo de 21 años de asistir a otra iglesia, más cerca de la casa de la familia en Cerritos, donde podía participar del culto con amigos y un grupo apreciable de sus iguales, según Nishibayashi, quien añadió: "Él aún viene algunas veces a Santa María; sabe cuánto significa Santa María para mí, y que tantas personas mantengan las viejas tradiciones".
Muchas de esas tradiciones se crearon a partir del recuerdo y las vicisitudes, especialmente el "horrendo" vínculo creado por las relocalizaciones de la segunda guerra mundial. A la familia de su padre la enviaron a Jerome, en Arkansas; a la de su madre, a Heart Mountain, en Wyoming.
"Mi papá me contaba la historia de cargar los camiones con cosas que la gente traía a la iglesia; fue un lugar de reunión antes de salir para el punto de concentración en el hipódromo de Santa Anita".
"Fue allí adonde regresaron también después de la guerra. Es sorprendente cuántos 50.° aniversarios de boda se celebraron el mismo año en Santa María", añadió. "Todos ellos se casaban antes de ser enviados a los campos de internamiento porque no querían separarse. No es de extrañar que el vínculo haya sido tan firme".
Renovar los vínculos: Sei Ko Kai, San Francisco
Irónicamente, un renovado interés en la experiencia de los campos de internamiento ofrece esperanza para el futuro, como un yonsei que en busca de sus raíces puede regresar a las iglesias nipoamericanas, dijo la Rda. Stina Pope, vicaria de Sei Ko Kai, en San Francisco.
"Hay algunas personas en la comunidad mayor que dicen que debemos convertirnos en multiculturales —básicamente abandonar la identidad nipoamericana— para sobrevivir, pero yo no estoy tan segura de que eso sea cierto en lo que respecta a Sei Ko Kai; no nos ajustamos a ningún modelo o patrón en particular", dijo ella durante una reciente entrevista telefónica desde su oficina.
Un joven feligrés, Matthew Yoshio Boris, de 14 años, se graduó de la escuela intermedia el 17 de junio y fue confirmado al día siguiente en Sei Ko Kai, la iglesia de su abuela y de su madre, a 45 minutos en auto de su casa en el Condado de Marin.
Nacido el 4 de julio, Boris, que es hapa o mitad japonés, pidió hace poco que lo llamaran por su segundo nombre, Yoshio. Desplazarse hasta Sei Ko Kai le da la oportunidad de adorar, al menos parcialmente, en japonés. Él aspira a llegar a hablarlo con fluidez, dijo hace poco en una entrevista telefónica desde su casa.
"Me he llegado a interesar de veras en toda la experiencia de los campos de internamiento" en el curso del último año, afirmó. "leí Adiós a Manzanar y quise saber cómo trataban a los internos en los campos. Sigo leyendo más y aprendiendo más".
El Rdo. Jim Kodera está de acuerdo en que hay un renovado interés entre los episcopales nipoamericanos en reconectarse con sus raíces y reconciliarse con la experiencia de los campos [de internamiento]. Tanto así que una visita al sitio histórico nacional de Manzanar, en Independence, California, aumentó la asistencia este año a la Convocación Japonesa del Ministerio Asioamericano Episcopal (EAM, por su sigla en inglés) que se celebró en Los Ángeles en junio.
"Lo que resultó notable en la convocación de este año fue la peregrinación a Manzanar y la urgencia de seguir adelante y hacer preparativos para el futuro y para que los nipoamericanos lleguen a enfrentarse con esa experiencia tan traumática", dijo Kodera, jefe de cátedra y profesor de religión en Wellesley College, en Massachusetts. Él es también presidente del EAM y dijo que el grupo podría pedirle a la Convención General en 2012, que sesionará del 5 al 12 de julio en Indianápolis, que contemple el hacer un recordatorio formal de las víctimas.
Gayle Kawahara organizó el viaje en autobús a Manzanar, a unos 354 kilómetros al norte de Los Ángeles, que atrajo a Michelle Miyatake-Karuma, de 40 años, quien creció en Santa María y aún asiste periódicamente. "Me pregunto cómo explicarle a mi hija, Kelly, que ahora tiene 10 años, la relación de mi familia con Manzanar", comentó ella.
El abuelo de Miyatake-Karuma, Toyo Miyatake, inmigrante japonés, junto con su esposa y sus hijos, se contaron entre los miles de nipoamericanos trasladados a Manzanar en 1942. A ellos los catalogaron como "Familia 9975", según los archivos del campo. Miyatake, conocido fotógrafo local, entró subrepticiamente su cámara en el campo, "para estar seguro de que su historia, esta historia de los japoneses, quedara documentada", dice su nieta. Las fotos de Miyatake se incluyen en las exposiciones del museo.
Kawahara también se siente defensora de esa historia "porque cambió a un grupo de personas como un todo. Esa experiencia cambió una cultura y es importante que la gente la conozca. No puedes entender la cultura nipoamericana si no entiendes [esa experiencia]".
Ella se pregunta cómo resultarán las cosas, cómo la adopción de un modelo multicultural afectará la identidad de la congregación. "Para mí, la identidad de Santa María es una iglesia de la herencia cultural nipoamericana.
Recordar la misión, revisar las raíces
Pope dice que en Sei Ko Kai el culto es parcialmente en japonés, pese a que incluye una diversidad de otras etnias y se extiende a la comunidad circundante, la cual después de la guerra dejó de ser japonesa.
Ella advirtió que no existe ningún patrón o fórmula específica; que cada congregación ha definido su misión en el pasado y seguirá haciéndolo así. Pero con miembros más jóvenes, como Yoshio Boris "que buscan sus raíces, tengo la secreta sospecha de que, si podemos mantenernos el tiempo suficiente, podemos tener algo muy especial que ofrecer, que es un tanto diferente porque en Sei Ko Kai conservamos nuestra identidad".
Boris estuvo de acuerdo. "Sin duda que les doy la bienvenida a otras etnias en Sei Ko Kai. No veo ninguna razón para no recibirlas, aunque no puedan entender la parte del oficio en japonés. No podemos cambiar eso por ellos".
"No hay nada malo en tener una iglesia japonesa… si hay algo que te resulta fácil de entender y algo con lo que puedas establecer un nexo fácilmente, eso es fantástico. Creo que es fantástico que haya iglesias que sean (étnicamente) específicas".
Por ahora, Nishibayashi espera buscar una experiencia "paralela" en Santa María para honrar a los que se adhieren a la tradición, mientras, al mismo tiempo "crear y empezar los nuevos programas que le darán a Santa María una nueva vida proveniente de distintas fuentes, de manera que dentro de diez años no tengamos simplemente que apagar las luces y cerrar las puertas. Hay que lograr un discreto equilibrio".
Pope conviene en ello. Ella hizo notar que, al menos en lo que respecta a su congregación, la disminución del número de miembros no se equipara necesariamente con la disminución de recursos. "La mayordomía se ve de manera diferente aquí que en otras iglesias… Cuando necesitamos pintar el exterior de la iglesia, simplemente hicimos correr la voz y recaudamos los $50.000 que hacían falta. Eso no es lo usual para una congregación que tiene una asistencia promedio de 20 personas el domingo".
En relación con el futuro, agrega: "No sé cómo va a resultar todo esto… La gente me pregunta cuál es mi visión, y estoy completamente convencida de que no tengo visión alguna, que mi labor como vicaria es sostener la visión de la gente, y ya está por concretarse".
El Rdo. Fred Vergara, misionero para ministerios asiáticos de la Iglesia Episcopal, sugiere una visión para las iglesias en transición. Él apela a la imagen de la iglesia como gasolinera, como una especie de "depósito del Espíritu Santo para personas de tránsito, un lugar donde detenerse por un momento… donde pueden llenarse del Espíritu mientras están ahí. Cuando prosiguen, llevan esa comunidad consigo y forman nuevas comunidades y, en el proceso, todos han sido llenos del Espíritu".
La ironía es que a menos que las congregaciones con dificultades abracen esa "obligada hospitalidad", pueden desaparecer completamente sin dejar un legado de la iglesia que amaron.
"Vivimos en una sociedad muy efímera, se producen cambios con mucha rapidez y la globalización nos ha convertido en personas muy móviles. Los que actualmente andan de aquí para allá en Estados Unidos son inmigrantes" agregó. "Para las personas que están asentadas, eso puede resultar muy difícil".
Añádale a la mezcla el ingrediente de "herencia nipoamericana" y el cuadro se torna más complejo, el futuro no es necesariamente diáfano y la cuestión de la identidad se hace más intensa y a veces dolorosa, dicen algunos miembros de la iglesia de San Pedro (St Peter’s) en Seattle; de Santa María (St. Mary’s) en Los Ángeles, y de la iglesia de Cristo Sei Ko Kai (Christ Church) en San Francisco —tres de esas congregaciones en transición.
Cuando San Pedro adoptó un modelo de ministerio multicultural hace unos años, la decisión fue "tremenda" y una de las más dolorosas que la congregación jamás hubiera hecho, según cuenta el Rdo. Jim Thibodeaux.
Él compara la experiencia a "estar en un ablandador de carne. Ya sabes, coges un pedazo de pollo, lo pones en una bolsa y lo martillas hasta aplanarlo", dijo Thibodeaux, que lleva tres años de rector. La decisión de cambiar los paradigmas ocurrió antes de que él llegara y "se hizo con la cabeza y con el corazón, pero, como con todas las decisiones, al corazón le toma más tiempo cambiar", añadió.
El cambio es difícil para cualquier congregación, pero "cuando uno está identificado como la congregación étnica nipoamericana de la diócesis, lleva mucho tiempo aceptar que ya no eres la iglesia que representa una herencia [cultural]", dijo Jay Shoji, el tesorero, cuyo abuelo fue el primer vicario nipoamericano de la congregación fundada en 1908.
Él recuerda la época en que "si te mudabas a Seattle y eras de ascendencia japonesa, te instaban o te decían de cierta manera que San Pedro era la iglesia donde debías asistir.
"No era sólo que nosotros nos consideráramos la iglesia del patrimonio, era que la diócesis también nos lo decía. La expectativa era de ambas partes", añadió Shoji, de 47 años e ingeniero de la Boeing, durante una reciente entrevista desde su oficina. "Y cuando tu historia esta ligada a eso, puedes decir que ya no formas parte, pero es difícil asumirlo".
Hay que considerar también en esa historia la experiencia de los campos de relocalización durante la segunda guerra mundial, "la última segregación forzosa que es aún una parte fundamental de lo que es San Pedro", dijo Thibodeaux.
Después de los campos, los miembros regresaron "a la última integración forzosa", porque sus casas y sus negocios habían sido tomados por otros y "San Pedro había dejado de ser una iglesia de barrio", agregó.
"Se convirtió más bien en una parroquia de destino e incluso en una parroquia culturalmente más fuerte en el sentido de ser uno de los últimos vestigios de que esa comunidad se mantenía unida luego de la integración forzosa.
En la actualidad, según Thibodeaux, la inmigración japonesa ha disminuido si se le compara con otros grupos. Los emigrantes chinos, vietnamitas, coreanos birmanos (de Myanmar), etíopes y eritreos, junto con afroamericanos, constituyen aproximadamente un tercio de los miembros de la congregación. Los nipoamericanos y los caucásicos componen, cada uno, un 35 por ciento de la congregación, que tiene una asistencia promedio de 50 personas.
El cambio significó para San Pedro "un gran conflicto y varios clérigos, algunos que se adecuaban bien y algunos no", añadió Thibodeaux. "A la diócesis le tocó aprender a ser un poquito más sensible y a la iglesia aprender a ser un poco menos aislacionista, lo cual, desde luego, ocurre en la mayoría de las congregaciones étnicas: una sensación de estar por tu cuenta y de no ser comprendido cuando no irradias la cultura dominante.
"Ahora", apuntó Thibodeaux, "la comunidad dice: ¿qué significa ser una iglesia nipoamericana?
Santa María, Los Ángeles: lista para el cambio
La mayoría de los domingos por la mañana, hasta que era de aproximadamente ocho años, Gayle Kawahara —al igual que había hecho su padre antes que ella— caminaba las pocas cuadras que mediaban entre su casa y Santa María, su iglesia de barrio e históricamente la congregación nipoamericana de la Diócesis Episcopal de Los Ángeles.
"Mi padre se crió en ese barrio. El barrio comenzó a cambiar cuando yo tenía alrededor de ocho años, cuando empezaron a mudarse más inmigrantes mexicanos y coreanos" recordaba Kawahara durante una reciente entrevista telefónica. La familia se mudo a los suburbios, pero siguió recorriendo semanalmente la distancia de 48 kilómetros [para asistir a la iglesia], una tradición que aún mantiene Kawahara, de 45 años y dentista de segunda generación, que es miembro de la junta parroquial.
Y el barrió siguió cambiando. Aunque se le conoce localmente por Koreatown, aproximadamente el 61 por ciento de sus residentes son recién llegados de Centro y Sudamérica, un perfil demográfico inversamente proporcional al 68 por ciento de nipoamericanos que constituye la congregación de Santa María.
Eso coloca a la iglesia de 104 años "en una interesante encrucijada", aunque Santa María parece decidida, al igual que San Pedro, a retornar a su misión original: llegar a los inmigrantes, dijo Glenn Nishibayashi, de 54 años y miembro de tercera generación, que antes fuera guardián mayor.
Hace unos pocos años, la iglesia añadió un oficio en español y, periódicamente, las dos congregaciones adoran juntas. La parroquia contrató hace poco a su primer rector bilingüe (español-inglés) y el Rdo. Floyd Baters Gamarra, sacerdote auxiliar que dirige el oficio en español, dijo que hay señales de una integración gradual de las dos congregaciones. Sin embargo, en tanto el liderazgo del reciente comité de búsqueda de un rector incluía una representación de la congregación de habla hispana, la junta parroquial todavía no la tiene. "Pero eso va a ocurrir pronto", afirmó Gamarra.
"Diferentes personas tienen diferentes puntos de vista de lo que podría ser nuestro futuro", agregó Nishibayashi, cuya familia de muchas formas refleja la historia de la iglesia. Sus abuelos fueron issei, es decir, primera generación, que se incorporaron como inmigrantes; sus padres nisei (segunda generación) se casaron allí; él y sus tres hermanos se bautizaron y se casaron en la iglesia.
En la medida en que su propia generación sansei se fue incorporando a la sociedad en general y se mudó lejos, menos venían al oficio dominical, dando lugar a un descenso en la feligresía, tanto de la generación sansei como de sus hijos, la yonsei o generación X, dijo Nishibayashi, quien hace un viaje de media hora para asistir a la iglesia. "A mi hermana le toma una hora. En los fines de semana congestionados es difícil disponer de ese tiempo cuando uno tiene una familia", agregó. "Cuando tienes que conducir tanto se convierte en la empresa de un día entero".
También resultó dura la reciente decisión de su hijo de 21 años de asistir a otra iglesia, más cerca de la casa de la familia en Cerritos, donde podía participar del culto con amigos y un grupo apreciable de sus iguales, según Nishibayashi, quien añadió: "Él aún viene algunas veces a Santa María; sabe cuánto significa Santa María para mí, y que tantas personas mantengan las viejas tradiciones".
Muchas de esas tradiciones se crearon a partir del recuerdo y las vicisitudes, especialmente el "horrendo" vínculo creado por las relocalizaciones de la segunda guerra mundial. A la familia de su padre la enviaron a Jerome, en Arkansas; a la de su madre, a Heart Mountain, en Wyoming.
"Mi papá me contaba la historia de cargar los camiones con cosas que la gente traía a la iglesia; fue un lugar de reunión antes de salir para el punto de concentración en el hipódromo de Santa Anita".
"Fue allí adonde regresaron también después de la guerra. Es sorprendente cuántos 50.° aniversarios de boda se celebraron el mismo año en Santa María", añadió. "Todos ellos se casaban antes de ser enviados a los campos de internamiento porque no querían separarse. No es de extrañar que el vínculo haya sido tan firme".
Renovar los vínculos: Sei Ko Kai, San Francisco
Irónicamente, un renovado interés en la experiencia de los campos de internamiento ofrece esperanza para el futuro, como un yonsei que en busca de sus raíces puede regresar a las iglesias nipoamericanas, dijo la Rda. Stina Pope, vicaria de Sei Ko Kai, en San Francisco.
"Hay algunas personas en la comunidad mayor que dicen que debemos convertirnos en multiculturales —básicamente abandonar la identidad nipoamericana— para sobrevivir, pero yo no estoy tan segura de que eso sea cierto en lo que respecta a Sei Ko Kai; no nos ajustamos a ningún modelo o patrón en particular", dijo ella durante una reciente entrevista telefónica desde su oficina.
Un joven feligrés, Matthew Yoshio Boris, de 14 años, se graduó de la escuela intermedia el 17 de junio y fue confirmado al día siguiente en Sei Ko Kai, la iglesia de su abuela y de su madre, a 45 minutos en auto de su casa en el Condado de Marin.
Nacido el 4 de julio, Boris, que es hapa o mitad japonés, pidió hace poco que lo llamaran por su segundo nombre, Yoshio. Desplazarse hasta Sei Ko Kai le da la oportunidad de adorar, al menos parcialmente, en japonés. Él aspira a llegar a hablarlo con fluidez, dijo hace poco en una entrevista telefónica desde su casa.
"Me he llegado a interesar de veras en toda la experiencia de los campos de internamiento" en el curso del último año, afirmó. "leí Adiós a Manzanar y quise saber cómo trataban a los internos en los campos. Sigo leyendo más y aprendiendo más".
El Rdo. Jim Kodera está de acuerdo en que hay un renovado interés entre los episcopales nipoamericanos en reconectarse con sus raíces y reconciliarse con la experiencia de los campos [de internamiento]. Tanto así que una visita al sitio histórico nacional de Manzanar, en Independence, California, aumentó la asistencia este año a la Convocación Japonesa del Ministerio Asioamericano Episcopal (EAM, por su sigla en inglés) que se celebró en Los Ángeles en junio.
"Lo que resultó notable en la convocación de este año fue la peregrinación a Manzanar y la urgencia de seguir adelante y hacer preparativos para el futuro y para que los nipoamericanos lleguen a enfrentarse con esa experiencia tan traumática", dijo Kodera, jefe de cátedra y profesor de religión en Wellesley College, en Massachusetts. Él es también presidente del EAM y dijo que el grupo podría pedirle a la Convención General en 2012, que sesionará del 5 al 12 de julio en Indianápolis, que contemple el hacer un recordatorio formal de las víctimas.
Gayle Kawahara organizó el viaje en autobús a Manzanar, a unos 354 kilómetros al norte de Los Ángeles, que atrajo a Michelle Miyatake-Karuma, de 40 años, quien creció en Santa María y aún asiste periódicamente. "Me pregunto cómo explicarle a mi hija, Kelly, que ahora tiene 10 años, la relación de mi familia con Manzanar", comentó ella.
El abuelo de Miyatake-Karuma, Toyo Miyatake, inmigrante japonés, junto con su esposa y sus hijos, se contaron entre los miles de nipoamericanos trasladados a Manzanar en 1942. A ellos los catalogaron como "Familia 9975", según los archivos del campo. Miyatake, conocido fotógrafo local, entró subrepticiamente su cámara en el campo, "para estar seguro de que su historia, esta historia de los japoneses, quedara documentada", dice su nieta. Las fotos de Miyatake se incluyen en las exposiciones del museo.
Kawahara también se siente defensora de esa historia "porque cambió a un grupo de personas como un todo. Esa experiencia cambió una cultura y es importante que la gente la conozca. No puedes entender la cultura nipoamericana si no entiendes [esa experiencia]".
Ella se pregunta cómo resultarán las cosas, cómo la adopción de un modelo multicultural afectará la identidad de la congregación. "Para mí, la identidad de Santa María es una iglesia de la herencia cultural nipoamericana.
Recordar la misión, revisar las raíces
Pope dice que en Sei Ko Kai el culto es parcialmente en japonés, pese a que incluye una diversidad de otras etnias y se extiende a la comunidad circundante, la cual después de la guerra dejó de ser japonesa.
Ella advirtió que no existe ningún patrón o fórmula específica; que cada congregación ha definido su misión en el pasado y seguirá haciéndolo así. Pero con miembros más jóvenes, como Yoshio Boris "que buscan sus raíces, tengo la secreta sospecha de que, si podemos mantenernos el tiempo suficiente, podemos tener algo muy especial que ofrecer, que es un tanto diferente porque en Sei Ko Kai conservamos nuestra identidad".
Boris estuvo de acuerdo. "Sin duda que les doy la bienvenida a otras etnias en Sei Ko Kai. No veo ninguna razón para no recibirlas, aunque no puedan entender la parte del oficio en japonés. No podemos cambiar eso por ellos".
"No hay nada malo en tener una iglesia japonesa… si hay algo que te resulta fácil de entender y algo con lo que puedas establecer un nexo fácilmente, eso es fantástico. Creo que es fantástico que haya iglesias que sean (étnicamente) específicas".
Por ahora, Nishibayashi espera buscar una experiencia "paralela" en Santa María para honrar a los que se adhieren a la tradición, mientras, al mismo tiempo "crear y empezar los nuevos programas que le darán a Santa María una nueva vida proveniente de distintas fuentes, de manera que dentro de diez años no tengamos simplemente que apagar las luces y cerrar las puertas. Hay que lograr un discreto equilibrio".
Pope conviene en ello. Ella hizo notar que, al menos en lo que respecta a su congregación, la disminución del número de miembros no se equipara necesariamente con la disminución de recursos. "La mayordomía se ve de manera diferente aquí que en otras iglesias… Cuando necesitamos pintar el exterior de la iglesia, simplemente hicimos correr la voz y recaudamos los $50.000 que hacían falta. Eso no es lo usual para una congregación que tiene una asistencia promedio de 20 personas el domingo".
En relación con el futuro, agrega: "No sé cómo va a resultar todo esto… La gente me pregunta cuál es mi visión, y estoy completamente convencida de que no tengo visión alguna, que mi labor como vicaria es sostener la visión de la gente, y ya está por concretarse".
El Rdo. Fred Vergara, misionero para ministerios asiáticos de la Iglesia Episcopal, sugiere una visión para las iglesias en transición. Él apela a la imagen de la iglesia como gasolinera, como una especie de "depósito del Espíritu Santo para personas de tránsito, un lugar donde detenerse por un momento… donde pueden llenarse del Espíritu mientras están ahí. Cuando prosiguen, llevan esa comunidad consigo y forman nuevas comunidades y, en el proceso, todos han sido llenos del Espíritu".
La ironía es que a menos que las congregaciones con dificultades abracen esa "obligada hospitalidad", pueden desaparecer completamente sin dejar un legado de la iglesia que amaron.
"Vivimos en una sociedad muy efímera, se producen cambios con mucha rapidez y la globalización nos ha convertido en personas muy móviles. Los que actualmente andan de aquí para allá en Estados Unidos son inmigrantes" agregó. "Para las personas que están asentadas, eso puede resultar muy difícil".